No se nace violento, más bien el ecosistema
social convierte a la persona en lo que vemos, en lo que rápida y con frecuencia
injustamente juzgamos. Somos ariscos, lo sabemos, pero como el violento tampoco
nacimos así. Nuestro ecosistema profesional nos convirtió en seres protestones
y poco maleables: nada de lo realizado resultó sencillo, todo hubo de ser
tercamente peleado. Y cuando tuvimos la oportunidad, intentamos hacer algo para
aliviar esa experiencia en los colegas, en los futuros colegas.
En cuanto conocimos las –largamente
sospechadas- sentencias del Tribunal Supremo vimos clara la oportunidad de
volver (sí, volver, si es que alguna vez dejamos de hacerlo) a pelear por
un título y una ubicación justas, lejos de las arbitrarias equivalencias. Por
el camino encontramos personas que nos acompañaron, desde otras disciplinas; nombres
que se han dejado la piel en esta lucha, con poco que ganar y unas cuantas cosas
que perder. Personas que han perdido peso en la batalla, han sido injustamente vapuleados
y han arriesgado prestigio pero también tranquilidad.
También hay algunas instituciones, algunas
entidades, entre las que orgullosamente se puede citar a la ESCRBCG, que se han
significado mucho. Creo que, más allá de la derrota, hemos conseguido ser
ejemplo de valentía, de unidad, de oposición a la injusticia, de avanzar
ciegamente hacia un objetivo en el que apenas nadie salvo nosotros creíamos.
¿Por qué se ha hecho?. Por todos y por nadie,
por poco y por todo. Por solucionar un problema histórico, enquistado y enconado,
que nadie ha sabido o ha querido resolver. Un problema de justicia absoluta, un
problema de muy sencilla solución pero contaminado de intereses, en los que se
han olvidado los derechos de los estudiantes. Y más aún, se ha condicionado
gravemente la posibilidad de éxito de los profesionales.
Sabemos que todo esto os parece lejano y no queremos contaminar vuestra inocencia con un discurso demasiado amargo; no haremos un
diagnóstico profundo del estado de nuestra profesión, en la que ejercimos largos años y por la que sentimos profundo
respeto. Si evitamos ese diagnóstico debéis creer entonces nuestras palabras: la
titulación lo es todo. Es la oportunidad, la visibilidad, el poder; pero
también cosas tan sencillas como la nómina o la mera capacidad de interlocución. Es el principio para la reconstrucción de una profesión herida.
Una titulación que se nos ha negado por
razones falsas y complejos absurdos. Un derecho que os habréis ganado en los
largos años de estudio y de especialización. Una situación que no puede
sostenerse por más tiempo.
En el programa de dirección presentado en 2011
nos habíamos comprometido a trabajar en la solución de ese conflicto. Arriesgamos,
nos esforzamos mucho y aún así no fuimos capaces de conseguirlo, llegando hasta
el límite con una dimisión anunciada. Pese a esta situación, no renunciamos a seguir luchando: a
partir de ahora como meros profesores, como profesionales, como individuos,
pero tened claro que seguiremos tercamente dando la matraca.
Por amor a una profesión aún apenas percibida,
por vuestros colegas ninguneados, por respeto al patrimonio, por justicia, os
animamos a perseverar, a no rendiros, a ser creativos, a seguir peleando. A buscar
cada día un breve tiempo para lanzar un tuit o enviar un mensaje, a salir a la calle, a encerrarse, a llenar las calles de Pontevedra con vuestras alegres manifestaciones. No nos
rindamos, no dejemos sin respuesta la incomprensión recibida, no hagamos el
juego a los presidentes de la desesperación. Estaremos todos trabajando porque sea algo más justo, aunque en una mínima parte, este mundo que nos hemos
encontrado: violento.
Para empezar, os ruego acompañéis (y difundáis) la iniciativa de la Asamblea Abierta, que ha diseñado una nueva campaña de recogida de firmas:
Un sincero agradecimiento por vuestra lucha; un
fuerte saludo de ánimo.
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