“Posibilitaremos la incorporación de las enseñanzas
artísticas superiores a la universidad, de acuerdo con el marco del Espacio
Europeo de Enseñanza Superior”.
Programa
de Gobierno del Partido Popular, 2008
La profesión de docente es complicada, y si se
combina con la mala imagen que tenemos los funcionarios, el efecto puede ser
muy opresivo sobre el profesorado. Sin embargo y salvo muy contadas
excepciones, la mayoría de los profesores que uno conoce hacen un trabajo
extraordinario, oscuro, muy superior al señalado en sus responsabilidades, que
intenta suplir las carencias de un sistema público educativo en decadencia. La
profesión de director es quizá aún más complicada. Se trata del elemento de conexión
entre la comunidad escolar y unas administraciones autonómicas que imponen,
ahora más que nunca, unas condiciones muy restrictivas que limitan la
creatividad, la innovación, el estímulo constructivo. Los directores de los
centros educativos nos hemos convertido así en una especie de mensajeros oscuros
para compañeros y alumnos, portadores de malas noticias, de peticiones no
concedidas, de estrecheces sin fin. Y para la administración, en unos hijos
díscolos que hemos traicionado la fidelidad paterna.
Pero siempre se puede estar peor, y puede que
exista una condición aún más dolorosa: la de director de un centro de
enseñanzas artísticas superiores. ¿Qué son esas enseñanzas?: un híbrido entre
la universidad y los institutos, un quiero y no puedo, un fracaso anunciado,
una pantomima. Tan absurda es la propuesta que la sociedad no ha llegado a
percibir que los conservatorios superiores de música, las escuelas de arte
dramático, las escuelas de conservación, etc., son entes intermedios, que
ofrecen titulaciones similares a las de la universidad (“equivalentes a”), pero
funcionan como institutos, con dotaciones y medios similares a los mismos pero
con unas exigencias formativas de nivel universitario. Todo ello nos coloca en
una tesitura abocada al enfrentamiento, o bien con los compañeros por la
exigencia docente que les es solicitada, bien frente a las consejerías por
nuestros permanentes requerimientos.
Para quien no lo sepa, la administración
pública es fuertemente clasista, estructurada en una serie de castas que deben
ser respetadas si se quiere hacer una progresión vertical. Los directores
somos, como decía, el nexo entre las elevadas clases del poder y los
desheredados representados por el profesorado y el alumnado. En ese ecosistema,
la disensión se concibe como una traición que cercena las posibilidades de
progresión pero, sobre todo, te convierte en un apestado, en un intocable. Esa
visión clasista del desacuerdo encaja perfectamente con la sociedad falsamente
democrática en la que vivimos, y explica por segunda vez en lo que va de
año, el envío de una nota de prensa fuertemente agresiva contra el firmante,
una reacción de violencia que Gandhi
entendía como miedo a los ideales del contrario.
Los argumentos son muy simples: la situación
en la que vivimos las enseñanzas artísticas superiores es insostenible y nos
condena a una lenta pero inevitable asfixia, perdedores ante una universidad
omnipotente. Podríamos mirar hacia otro lado –al fin y al cabo somos
funcionarios- y jugar con los naipes que se nos han ofertado. Pero la
injusticia cometida con el profesorado, con el alumnado y con las profesiones
es de tal dimensión que no es posible permanecer callado. Nuestros cargos y
responsabilidades, nuestros egos, son temporales y perecederos. No lo son nuestras
obras, que permanecen y constituyen la base de la mejora social. Y en tanto que
nuestras obligaciones lo son para con la sociedad, seguiremos discutiendo sobre
aquello que se nos niega. Tan sólo pretendemos la mejora de unos centros
educativos que, para cumplir con su exigencia formativa, necesitan una
organización mejor, una mirada creativa, un empuje estimulante. Seguiremos en
ello mientras podamos.
Fernando Carrera Ramírez
Director de la Escola Superior de Conservación
e Restauración de Bens Culturais de Galicia.
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